Frank Dehmel estaba en las calles de Alemania Oriental en 1989. Todos los lunes marchaba contra el régimen comunista, pidiendo libertad y democracia y coreando con la multitud: “¡Somos el pueblo!”.
Tres décadas después, Dehmel está en las calles de nuevo, con más edad y más enojado, coreando la misma consigna, en esta ocasión a favor de la extrema derecha.
Obtuvo libertad y democracia cuando se derrumbó el Muro de Berlín hace 29 años. Pero perdió todo lo demás: su empleo, su posición, su país. y a su esposa. Al igual que tantas mujeres del Este, se marchó al oeste a buscar trabajo y nunca regresó.
A fin de comprender por qué la ultraderecha está marchando de nuevo en Alemania, nos ayudará entender todos los reclamos de sus partidarios más leales: los hombres de la antigua y comunista Alemania Oriental.
El surgimiento del “hombre del este” como una fuerza política disruptiva se presenta como el principal legado de los 13 años en el poder de la canciller Angela Merkel. Al mismo tiempo que preparaba a los alemanes la semana pasada para su futura salida de la política, algunas personas señalaron que, al menos políticamente, su Alemania estaba más dividida entre el este y el oeste que en ningún otro momento desde la reunificación.
Sin duda, la ultraderecha ha tenido logros en toda Alemania. El partido Alternativa para Alemania (AfD) ganó el 13% de los votos en las elecciones del año pasado, lo suficiente para convertirse en la principal fuerza opositora en el Parlamento. Actualmente está representado en cada una de las 16 legislaturas estatales de ese país.
Sin embargo, el apoyo al AfD en el este es en promedio más del doble que en el oeste. Entre los hombres del este, el AfD es la fuerza política más sólida, con el 28% de votos emitidos por este partido el año pasado.
El “hombre del este”, una figura sobreprotegida, compadecida o simplemente ignorada en el oeste, está en proceso de redefinir la política alemana.
Nadie más encarna las frustraciones del hombre del este -ni ha sido tanto objeto de su enojo- como Merkel, una mujer también del este que ascendió a la cima del poder y a diario les recuerda su propio fracaso.
Merkel nunca se convirtió en la embajadora del este que la gente anhelaba: los niveles de vida de esa región todavía están rezagados con respecto a los del oeste, incluso después de lo que se considera una absorción económica traumática.
Dehmel la llama “traidora” y otras cosas peores. Dehmel recuerda que, después de la reunificación, los hombres del oeste vestidos de traje y en autos Mercedes Benz llegaban a Sajonia, su estado de origen en el este, a dirigir negocios, universidades, oficinas regionales de gobierno, “a dirigirlo todo”.
Y eso fue antes de que más de un millón de solicitantes de asilo, muchos de ellos jóvenes, llegaran a Alemania en 2015. “No arriesgué mi pellejo entonces para convertirme en un ciudadano de tercera”, comentó Dehmel, ahora de 57 años, contando con los dedos esa jerarquía: “Primero están los alemanes del oeste, luego los solicitantes de asilo, y luego nosotros”.
Una tercera parte de los votantes varones en Sajonia, donde él vive, emitieron su voto por la ultraderecha el año pasado en mucha mayor cantidad que en cualquier otro lugar del país. “Tenemos una crisis de masculinidad en el este y está alimentando a la ultraderecha”, señaló Petra Köpping, ministra de integración en Sajonia.
Cuando Köpping tomó posesión en 2014, pensaba que su trabajo era integrar a los inmigrantes. No obstante, debido a que un año después estaban llegando a Alemania cientos de miles de personas en busca de asilo, un hombre blanco de mediana edad la interpeló en una reunión de la alcaldía. “¿Por qué no nos integra a nosotros primero?”, preguntó el hombre.
Esa pregunta, que se convirtió en el título de un libro escrito por ella, la motivó a recorrer su estado en el este y a entrevistar a decenas de hombres enojados. Descubrió que todavía no cierran las cicatrices de las esperanzas defraudadas y de las humillaciones.
En dos años se perdieron unos tres millones de empleos, la mayoría de industrias en las que tradicionalmente trabajan varones. Los héroes de la clase trabajadora del socialismo se convirtieron en los perdedores de la clase trabajadora del capitalismo.
Abandonados por sus mujeres
Los hombres de Alemania Oriental fueron abandonados por su nuevo país recién unificado prácticamente de la noche a la mañana, afirmó Köpping: “Son los verdaderos excluidos”. También fueron literalmente abandonados. por sus mujeres.
Mucho antes del movimiento #MeToo, el comunismo tuvo éxito en crear una amplia clase de mujeres independientes, emancipadas, a menudo con más estudios y con trabajo en empleos de servicios más versátiles que los hombres del este.
Después de la caída del muro, el este perdió más del 10% de su población. Dos terceras partes de quienes salieron y no regresaron fueron mujeres jóvenes.
Se trató del caso más extremo de éxodo femenino en Europa, comentó Reiner Klingholz, director del Instituto de Berlín para la Población y el Desarrollo, que estudió este fenómeno. Solo el círculo polar ártico y algunas islas de la costa de Turquía sufren desproporciones semejantes entre hombres y mujeres.
En grandes franjas de la parte rural de Alemania del este, los hombres todavía superan en número a las mujeres, y las regiones de donde desaparecieron estas se sitúan casi con exactitud en las regiones que votan actualmente por AfD.
“Existe un elemento de género en el ascenso de la extrema derecha que no está lo suficientemente reconocido ni estudiado”, afirmó Klingholz.
El lugar de origen de Dehmel, Ebersbach, que alguna vez fue un próspero centro textil en la frontera con la República Checa, perdió siete de cada diez empleos y casi la mitad de su población después de 1989. Cerraron las escuelas y cancelaron los servicios ferroviarios. Con el fin de detener su deterioro, se fusionó con Neugersdorf, el pueblo vecino.
“Perdimos una generación”, comentó Verena Hergenröder, la alcaldesa independiente de Ebersbach-Neugersdorf.
El desempleo, que alguna vez fue del 25%, ahora está debajo del 3%. Pero la región no se siente nada próspera. Hay viviendas vacías dispersas en los barrios residenciales. La estación de tren está clausurada. Hay un grafiti que proclama: “Existe suficiente amor para todos”.Sin embargo, la gente de aquí sabe que eso no es cierto.
Cuando Klingholz y su equipo llegaron en 2007 para realizar un estudio de caso, había dos mujeres por cada tres hombres de entre 22 y 35 años. Esa generación ya tiene 11 años más, la principal edad de los votantes del AfD.
Oliver Graf es uno de ellos. De voz suave y amable, trabaja en la construcción y es voluntario en la brigada de bomberos local. Dice que casi no conoce a nadie “que no vote por el AfD”, el partido más fuerte en el pueblo.
A sus 37 años, Graf dice que está listo para formar una familia. Ha estado restaurando su propia casa. Pero es soltero, como muchos de sus amigos varones. Es un tema de conversación, comentó. En sus propias palabras, “es difícil conocer a alguien”.
Las mujeres del este que se quedaron son importantes en la vida pública. No solo está la alcadesa, sino también la pastora, y uno de los bares que abren en la noche, el Brauerei, es administrado por una mujer.
Su hijo la ayuda. Su hija, que se graduó de bachillerato en 1989, unos meses antes de que cayera el muro, emigró y se casó con un hombre del oeste. La mayoría de los matrimonios entre gente del este y del oeste son entre mujeres del este y hombres del oeste.
“El enojo de los hombres del este también tiene algo que ver con el éxito de las mujeres del este”, afirmó Frank Richter, un teólogo e importante pensador de esa misma zona.
Si a los hombres del este les desagrada Merkel de forma tan visceral, no es solo porque haya dejado entrar a un millón de solicitantes de asilo, señaló Richter, “sino porque los hombres del este la conocen a la perfección y diariamente les recuerda su propio fracaso”.
A Köpping, otra exitosa mujer del este, le preocupa esa ira. Durante los últimos dos años, ha recorrido su estado y atendido a los ciudadanos en horas de oficina normales con el fin de entender el enojo de los hombres. y casi siempre, mencionó, se trató de hombres.
Recientemente, Dehmel estaba comprando municiones para su rifle en una tienda local de armas. Gunther Fritz, el dueño de la tienda, que también es soltero, dijo que no era coincidencia que las consignas de las calles en 2018 sean las mismas que en 1989.
“En ese entonces teníamos una sensación de poder y no vamos a permitir que nadie nos la quite”, comentó Fritz. “Al oeste le regalaron la democracia después de la guerra; nosotros tuvimos que ganarla en el este”. “Solo observe: ya derrocamos un sistema. Podemos volver a hacerlo”.