El día que murió a tiros, Botham S. Jean, de 26 años, salió de la sede de la auditora PwC en Dallas, en la que trabajaba como analista, y se fue a casa a ver un partido de fútbol americano. Vivía en los South Side Flats, un bloque cercano al centro, de nueva construcción, con una pequeña piscina en el patio y una zona para barbacoas. Su apartamento, que se encontraba en la cuarta planta, era el número 1.478, un detalle que no tendría ninguna importancia de no ser porque en el 1.378, exactamente debajo, residía la agente Amber R. Guyger. El 6 de septiembre, Guyger, de 30 años y raza blanca, se presentó en casa de su vecino y lo mató. Se había equivocado de apartamento, según la versión que dio a la policía, y creyó que Botham, de raza negra, era un intruso. La puerta estaba medio abierta, dijo, así que pudo entrar, vio una silueta y, después de gritarle varias órdenes, sin que le hiciera caso —declaró la mujer—, sacó la pistola, disparó dos veces y acabó con el hombre desarmado.
“No hubiese ocurrido así si Botham hubiese sido blanco. Incluso comprando su versión de los hechos, que pensó que ese era su apartamento y se encontró a otra persona… Su cultura, su experiencia, le dicen que no puedes disparar a un blanco y librarte de ello, así que das un paso atrás y te lo piensas, te das un tiempo, miras un poco más los muebles, las cosas y dices… ‘esta no es mi casa”. S. Lee Merritt, abogado de la familia Jean, reflexiona en su oficina en Dallas, no muy lejos de donde murió el joven. Especializado en casos de muertes de afroamericanos a manos de la policía, no recuerda algo tan bizarro como lo que ocurrió hace casi dos meses.
Prácticamente a cualquiera que se le pregunte estos días en Dallas por el caso sabe de qué se le habla. Y eso que la memoria está muy curtida en este trozo de América. Tiene una sufrida historia, con episodios punzantes de violencia policial (y también de violencia a secas), sin necesidad de recordar que es la ciudad que vio asesinar a JFK. En verano de 2016 un francotirador que “quería matar a blancos” segó la vida de cinco agentes en medio de una manifestación contra la brutalidad del cuerpo. Pero la muerte de Botham Jean ha causado un desconcierto y un dolor nuevos.
Un afroamericano en Estados Unidos sabe que sacar su cartera de la guantera sin permiso durante una parada de tráfico significa arriesgarse. El agente puede creer que busca un arma y matarle. Un reguero de vídeos de muertes similares lo atestiguan. Pero en los últimos meses los negros han despertado suspicacias de formas mucho más insospechadas. En junio, una mujer de Ohio llamó a la policía porque vio a cuatro niños negros cortando el césped cerca de su casa (les había contratado el vecino y, sin querer, tocaron parte del jardín de la señora). Una noche, a finales de abril, un exempleado de la Casa Blanca, afroamericano, se estaba mudando de apartamento en Manhattan, en Nueva York, y de repente se le presentaron seis agentes. Al ver el trasiego, un vecino, en lugar de pensar que alguien estaba de traslado en el barrio, llamó a la policía por un posible allanamiento a cargo de un sujeto que, decía, podía estar armado. En California, por las mismas fechas, las fuerzas de seguridad también pararon a tres jóvenes negros que acababan de dejar un apartamento turístico tras el aviso de una mujer blanca preocupada.
¿Se hubiesen realizado esas llamadas a la policía si los protagonistas de esos episodios hubiesen sido niños, jóvenes u hombres blancos? Bothan Jean inauguró, para muchos en Dallas, un nuevo peligro para un afroamericano: estar en tu casa viendo la tele.
Merritt duda a la hora de responder si, bajo la Administración de Trump, las cosas han empeorado para los negros. “Sí y no”, señala. Por una parte, la brutalidad policial es algo muy viejo. Cuando era niño, en California, se le quedó grabada a fuego la paliza a Rodney King, en lo que fue probablemente el primer vídeo viral de este tipo en la historia. Y en el famoso discurso de Martin Luther King de hace medio siglo, el de Tengo un sueño, “mencionaba más veces la violencia policial que la segregación, era un problema entonces y los es ahora”, afirma. Sin embargo, sí ve cambios con Trump. “No es solo la retórica de un presidente que le dice a los agentes que quiere que sean duros, sino las políticas, ya que se les está dando más equipamiento militar”, añade.
El ratio de popularidad de Trump entre la población negra se encuentra en el subsuelo. Según los datos de Gallup, la firma de sondeos más habitual para la valoración de presidentes, solo el 13% le da un aprobado, un nivel muy inferior al 20% de los latinos (el visto bueno alcanza el 55% entre los blancos). El nivel de desempleo de los afroamericanos entró este año en su mínimo desde que hay registros (1972) al bajar del 7%, pero la buena marcha de la economía no resulta tan decisiva para un colectivo que, a raíz de las protestas de 2017 en Charlottesville, ha visto a su presidente equiparar a los grupos neonazis con los activistas contra el racismo.
La población negra detesta a Trump en masa (el 88% votó a Hillary Clinton en 2016), pero la bajada de la movilización en las presidenciales resultó clave para la victoria de Trump frente a la demócrata: su participación cayó siete puntos y quedó en el nivel más bajo de los últimos 20 años, el 59%. Barack Obama, el primer presidente afroamericano de EE UU, logró despertar un entusiasmo que no se reeditó con Clinton.
Es una incógnita lo que ocurra el 6 de noviembre, en unas legislativas que, de por sí, suelen contar con menos votantes que las presidenciales.
Hay un problema, endémico, que los afroamericanos no ven cambiar: el estigma. Tony Wood, un conductor afroamericano de Dallas, hacía una reflexión cruda el martes al pensar en Botham Jean. “El estereotipo es lo que nos hace daño, lo sentimos, yo mismo, si veo a un hombre negro, puedo sentir más dudas, más peligro”. El abogado de la familia Jean explica que Botham, muy consciente del sesgo con el que se juzga a un chico negro, solía arreglarse mucho, siempre vestía con camisas por dentro del pantalón y evitaba a toda costa las sudaderas de capucha. La agente Amber Guyger fue detenida días después del suceso por homicidio imprudente, pero los abogados de la familia creen que se trata de un asesinato. Los padres del joven, dice Merritt, no levantan cabeza.